Seguridad en medio de la inseguridad

Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

Filipenses 4:6-7

A los temores del pasado (miedo a las epidemias, a las guerras, a las hambrunas…), que mantenían a los hombres en la ansiedad y a veces aterrorizados, se añaden los problemas actuales: contaminación creciente, crisis financieras, nuevas enfermedades, terrorismo, etc. Para huir de todos esos miedos más o menos latentes, ¡cuántos recursos ofrece nuestra sociedad! Tomamos calmantes, alcohol, estupefacientes… Nos refugiamos en el activismo, vamos de ocio en ocio…
La Biblia nos dice que todo aquel que confía en Dios puede tener una verdadera seguridad. La describe mediante diferentes imágenes: una torre fuerte, un refugio, un abrigo, un castillo, las que evocan la idea de un umbral, de una puerta que hay que pasar. Esta puerta, dice la Palabra, es Jesucristo (Juan 10:7). Él nos permite acceder a esa paz que tanto anhelamos. Murió para que nosotros tuviésemos la paz, la paz de la conciencia porque nuestros pecados fueron perdonados, incluso la paz del corazón en las situaciones más angustiosas, porque “Dios es por nosotros” (Romanos 8:31), porque Dios está por encima de todo.
Creer en Jesucristo no siempre transforma las circunstancias de nuestra vida; el cambio se produce primeramente en nosotros mismos. Podemos aprender, mediante la fe, a vivir tranquilos y confiados, incluso en los períodos de inestabilidad e incertidumbre. Jesús nos dice: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da” (Juan 14:27).
© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY; Iglesia de Dios en Tigre, Fenixs Producciones; ©B&W company

IDT Misioneros- Sofy Flamenco


El Redentor

Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios.
1 Pedro 3:18


Cristo nos redimió.
Gálatas 3:13


La Biblia nos habla de Job, un hombre que pasó por terribles sufrimientos. Sus hijos y sus bienes le fueron quitados, luego la enfermedad y el dolor hicieron de él su presa. Y si dejó escapar de sus labios alguna queja contra Dios (Job 27:2), era porque no comprendía el porqué de su desgracia, pues había llevado una vida ejemplar.
No obstante, reconoció que Dios ve y evalúa todo (cap. 31:4). En aquellos tiempos tan lejanos, sin tener la Biblia a su disposición, comprendió, enseñado por Dios, que existe un más allá, pues afirmó: “En mi carne he de ver a Dios” (Job 19:26). Y no estaba lleno de miedo, pues pudo declarar: “Yo sé que mi Redentor vive” (Job 19:25). Un redentor es aquel que rescata a un prisionero, quien trae la libertad.
La vida de muchos de nosotros ha estado marcada por episodios dolorosos que nos parecen incomprensibles. La historia de Job nos enseña que Dios conoce todo, dirige todo y hace que todo ayude al bien de los que le aman (Romanos 8:28). Así fue como Dios, por medio de las pruebas, hizo que Job conociese mejor a ese Dios a quien servía. Y Dios se glorificó en su siervo.
Ese Redentor vino a la tierra en la persona de Jesucristo. Vino a liberarnos de la esclavitud del pecado. Para salvarnos dio su vida en la cruz, y Dios lo resucitó. A los que reconocen su necesidad de ser salvos y aceptan a ese Salvador perfecto, él ofrece el perdón y la vida eterna. ¡Este es el poderoso y sencillo mensaje del Evangelio!
“Tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios…” (Apocalipsis 5:9).

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